jueves, 6 de agosto de 2015

I

Era como la luna, no tenía más que sus cicatrices cósmicas.
Estaba en sentido horizontal sobre la cama, arrollada sobre si misma cual si fuese un espiral. Miraba de reojo un cuadro que había colgado en la pared, a su derecha, lo miraba.
 Lo miraba, como si fuese su única compañía. Escuchaba algunas sonatas de Mozart mientras escribía encerrada en su cuarto, mientras su alma se suicidaba una y otra vez y lloraba y reía y gozaba lo pleno de vivir del delirio. Le gustaba el ruido de la tormenta, imaginaba cada gota caer en su espalda contracturada, Imaginaba muchas cosas, muchas cosas de las cuales muchas no pasaban, pero le gustaba imaginarlas. Le hacía sentir bien. Le hacía sentir libre, Su única libertad era la de pensar. 
Era joven, de tez clara y estatura mediana, complexión delgada y pelo marrón. Sus ojos se quedaban grabados en toda retina que los viera. Se quedaban ahí para siempre. 
Sin embargo, ella ya no podía mirar a nadie a los ojos. Veía a su alrededor, todas las miradas vacías, Todos decían que estaba loca. Así que ella prefirió seguir mirando a los ojos, aquella  pintura lúgubre que colgaba en la pared de su cuarto.


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