martes, 17 de noviembre de 2015

No todos los días se mata al diablo

El pelito de fracaso seguía clavado en mi piel, intacto. Incrustado. Cual si de una espina se tratase.
 Arraigado a mi piel, prácticamente me atravesaba. Atravesaba mi alma, la cual estaba a un hilo de romperse. El pelito de fracaso, siempre recordándome las pasadas miserias.
¡Qué ganas de arrancarlo! ¡Qué ganas también, de arrancar mi alma!
Y la pizca de fracaso  no cesaba ante mis quejas. Ni si quiera se inmutada.
Yo sin embargo, allí tirada, nada podía hacer.
Así que imagine que lo rompía. Arrancaba el fracaso de raíz y agarrado de las patas, colgado, lo sostenía.
Miraba su cara, pálida, diabólica, ¿Cuántas veces la habría visto? Eran incontables... Tomé los fósforos y lo quemé.
Era una noche fría y húmeda, mi cuerpo yacía en la cama. Mi mente imaginaba, volaba por quién sabe dónde. Mi boca, no paraba de sonreír, mis cuerdas vocales emitían sonidos fuertes y agudos.
Seguramente los vecinos lograban escuchar mis carcajadas. Mis ojos relataban el momento, impregnados en demencia. "No todos los días se mata al diablo", pensaba y sonreía , sumida en mi propia imaginación.